Guinea, 12 de septiembre

María no era cristiana, pero siempre soñaba con Jesús. Sacrificó una vaca con la esperanza de que sus sueños cesaran, pero estos continuaron. Luego, una mujer la llevó a la oficina de Jacob Gbale, el presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Guinea, cuya sede se encontraba en la misma calle de la lujosa casa de María en Conakri, la capital de Guinea. Cuando María le describió sus sueños al pastor Jacob, este sonrió. –¡Gloria a Dios! –exclamó. María se sorprendió, pues no podía entender por qué él estaba tan feliz. –No necesitas hacer más sacrificios –le aseguró el pastor Jacob, levantando la Biblia de su escritorio–. Es Dios quien te llama en tus sueños. –Pues creo que su Dios se equivoca –le dijo María–, siempre he pertenecido a la religión de mi familia. El pastor Jacob le extendió la Biblia y le dijo: –Ten, es para ti. –¿Y para qué quiero yo una Biblia? –refutó María–. Ni siquiera sé leer. El pastor Jacob le preguntó si alguien de su familia sabía leer y escribir, y ella recordó que tenía un primo que sabía leer. Jacob escribió el nombre de María en la primera hoja de la Biblia y le dijo: –Toma la Biblia y vete en paz. María estaba molesta con el pastor y se fue sin siquiera decir adiós. “¿Quiénes se creen estas personas que son? Me dicen que lea la Biblia como si yo no conociera a Dios”, pensó mientras caminaba hacia su casa. En casa, María guardó la Biblia en un cajón y decidió distraerse un poco viendo la televisión. Pero cuando puso su canal favorito, estaban transmitiendo un programa sobre Jesús. En seguida cambió de canal, pero en el siguiente también estaban transmitiendo un programa de contenido religioso. Comenzó a pasar los canales con rapidez y en cada uno de ellos estaban transmitiendo un programa sobre Jesús. Enojada, María llamó a la empresa de la televisión por cable: –¿Qué pasa con sus canales? En todos ellos lo único que hay es Jesús, Jesús, Jesús –les reclamó fuertemente. El joven que atendió su llamada estaba perplejo. –Los canales están bien, señora –le aseguró. –¡No, no es así! –gritó María–. Venga a mi casa y arregle mi televisor. Cuando el hombre llegó a la casa, revisó los canales y todo funcionaba con normalidad.